sábado, 20 de noviembre de 2010

Espiritismo
 La juventud, antaño, tenía diversas formas de entretenerse y pasar el tiempo. Predominaban los juegos grupales, por supuesto, muchas veces mixtos. No existían los juegos electrónicos, no teníamos televisión, a lo mucho algunas radios en las casas de los vecinos más pudientes.
Pelotas de fútbol, eso sí, existían. Las que usábamos en las calles eran, por supuesto, mayoritariamente de goma, aunque no se despreciaba las de... trapo, con las que se hacían goles tan buenos y válidos como los actuales.
En la ciudad existían diversos Clubes Deportivos, denominados “federados”, en los que se practicaba dicho deporte en forma oficial. Los que teníamos la suerte o poseíamos la habilidad, pertenecíamos a alguno de ellos. Los estudiantes, eso sí, mayoritariamente nos inclinábamos por el Deportivo Estudiantes, nacido de los clubes de la Escuela de Artesanos y el Liceo local, e intentábamos quitar espacio a algunos de los grandes decanos: el Arco Iris, el Estrella del Sur, el Marítimo, el Ferroviarios. Para ello, eso sí, entrenábamos duramente: todos los días hacíamos footing hasta los confines de La Chacra, el territorio de los Raipillán, donde solíamos reponer fuerzas con un jarro de leche bebida al pie de las vacas.
Quien solía acompañarnos era nuestro amigo y rival, "Taqui" Torres, uno de los más diestros jugadores del fútbol de entonces, quien junto a otros nombres, tales los hermanos Tecol, "Mañuquito" Cárdenas, "Toto" Montiel, el "Chato" Zúñiga, "Cuta" Andrade o "Matita" Miranda, dejó en alto pie el deporte de la isla, dentro y fuera de ella y aún en toda la Patagonia argentina.
"Taqui" Torres era, como dije, uno de esos “diestros”, baluarte en la zaga de su equipo, un hombre de esos que – al parecer- todo le sale fácil. Tenía un solo defecto: era demasiado bueno para el “sueño”. Ello lo perjudicó. Casi en la víspera de un encuentro decisivo y definitorio entre su equipo y el nuestro, nos pidió que no dejemos de pasar a buscarlo para que nos acompañe en el footing. A fin de no molestar a los vecinos, le sugerimos que se amarre un cordel al dedo gordo de su pie y deje caer la punta por la ventana. De este modo, sin mayor bulla, podríamos avisarle la hora de la partida. Así lo hizo. Pero el tirón que le dimos aquella mañana, sin doble intención, fue muy brusco, y le hinchó de tal modo el pie que no pudo jugar en quince días.
Los otros rivales achacaron dicho accidente a cuestiones de táctica.
...
En otra ocasión, con "Coto" Triviño, otro de los grandes de nuestro fútbol, lo invitamos a una sesión de “espiritismo”.
No se crea con ello que nosotros pudiéramos estar involucrados con seriedad en tales artes. El hecho no pasaba de ser una simple broma.
"Taqui" se lo tomó en serio, eso sí. Llegó a la cita entre temeroso y desconfiado. Nosotros habíamos preparado ya el ambiente, un cuarto cerrado en que las gruesas cortinas impedían casi el paso de la luz, una mesa redonda y crujidora, con una mísera vela encendida en su centro, un brasero en que chisporroteaban las brasas y desde la cual fluía el vapor de una tetera de chicha que calentábamos.
Le hicimos colocar el dedo índice con suavidad sobre un vaso, advirtiéndole que no lo presione demasiado para que así los “espíritus” puedan dirigirlo a su antojo.
- “Finado Panchito.... escúchanos....queremos hablar esta noche contigo...
- “Finado Panchito..., insistíamos, mientras con lentitud comenzábamos a inclinar la mesa y a tirar el mantel para que se deslice el vaso, al tiempo que, de reojo, observábamos la traspiración y el temblor de Taqui, a cada instante más pálido y medroso.

Imperceptiblemente, de pronto, comenzó el vaso a deslizarse, a tiempo que comienza a oírse una voz de ultratumba: - “sííí... los escuchooooo”...
Todo se interrumpe en este punto. "Taqui", como alma que lleva el diablo, derribando mesa, vaso y mantel, sale disparado por la puerta sin volver la cabeza. La tanta veces ronca voz de “Coto”, hábilmete producida, lo convenció para siempre de haber oído hablar a los muertos.
Del Libro "Anecdotario Insular"
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