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Cena-Homenaje |
En alguna oportunidad, debo confesarlo, cayó en mis manos, o a mis manos, la “Libreta de las Cuentas” del Maestro Enrique, aquella con la cual el abastero le “fiaba” la carne para el mes y que él, hombre probo después de todo, religiosamente cancelaba al recibir su “sueldo”.
Ya que la ocasión, como se dice, la pintan calva, comenté el hecho al resto de los colegas y, entre todos, decidimos “patachearnos” a cuenta de don Enrique.
Por supuesto, él tendría que ser de la partida. Acordamos que le haríamos un “homenaje”, un justo homenaje por los años de amistad brindados.
La ceremonia marchó viento en popa. El propietario de la carnicería no tuvo ningún reparo en entregarnos medio cerdo, habituado como estaba a los extraordinarios pedidos que solía hacerle el “maestro”. El cerdito aquel fue mandado a preparar en el restaurante “El Marinero”, lugar que todos, en común, apreciábamos. Cuando al fin estuvo listo, enviamos al maestro César, uno de los más respetables, en busca de don Enrique, para invitarlo “formalmente” a tan digna ceremonia.
El maestro “Enrique”, que no se hizo de rogar, desde luego, tras algunos brindis y del homenaje ofrecido por el Flaco Vergara, uno de nuestros más elocuentes oradores, se emociona. Pide la palabra, y dirigiéndose al maestro Mario, el mismo que ha hecho posible esta iniciativa, manifiesta: - “Queridos colegas... En esta ocasión tan significativa, en este momento en que tocáis tan hondo, en lo profundo de mis sentimientos, permitidme hacer un mínimo y sincero recuerdo del padre de nuestro anfitrión, aquel maestro y caballero ejemplar, aquel jefe inolvidable, colega, amigo y camarada, Luis Uribe Díaz, que en su tiempo marcó...”-
- “Del Pont”..., fue la respuesta instantánea del maestro Eladio, interrumpiendo aquella destacada pieza oratoria, ante el regocijo y la hilaridad de todos los presentes.
Fue un verdadero “golpe bajo”. Don Enrique, con mucha razón, reaccionó con indignada furia: primero colorado, luego pálido, mientras se le acrecentaba el brillo de los ojos, manoteando impulsivamente, a ratos atragantado y tartamudo, se dirigió iracundo, hacia Eladio:
-¡ “O te vas tú... o me voy yo!”... ¡Carajote!... ¿No eres capaz, acaso, de distinguir la solemnidad de un momento como éste, cuando tus propios colegas me rinden tan emocionado homenaje?...
El maestro Eladio tuvo que retirarse. Mal que mal, y él lo sabía, el “festejo” iba a ser cancelado, casi en su totalidad, por el propio homenajeado, ya que, demasiado “conmovido” con el gesto de sus colegas, no aceptó de éstos que cancelen el licor, que corrió a raudales por el resto de la noche.
¡Esos eran pataches, esos eran buenos tiempos, esos eran colegas!...