Deportivo Seminario, Ancud (1943, Foto José Caro Bahamonde) |
Llegados a Ancud, luego de acomodarnos y recibir las primeras atenciones de los dueños de casa, quedamos en libertad de “acción”. Salimos pues, a “lolear” como dicen ahora, a la pequeña y cuidada plaza de aquel pueblo, y por cierto- concurrimos en masa a la barra del prestigioso Café Ortloff. Junto a Gabriel, fui de los últimos en regresar, con el cuerpo ligeramente embotado por las cervezas y la emoción. Mientras ascendíamos por la ancha y oscura escalera que en forma de U cuadrada nos conducía a los dormitorios, oí, repentinamente, la voz entrecortada de mi compañero de aventura, barbotando un temeroso “bue...nas noches”...
Lo alcancé al llegar al dormitorio. Se veía pálido aún, y tembloroso. Le pregunté:
-“ ¿Qué te pasa, homm”...
Me contesta: -¿”Que no vistes al gallo ése, que estaba parado con los brazos abiertos y mirándonos fijamente?”...
La carcajada fue general. El Seminario, como buen colegio de curas, estaba adornado por diversas estatuas de santos. Como no entraban todos en la Capilla o en las otras iglesias de la ciudad, como un modo de ejercer alguna influencia benéfica sobre los díscolos muchachos, eran colocados en pasillos y dormitorios. Con uno de ellos se había encontrado Gabriel, en la subida de la escalera.
En otra oportunidad, mientras estudiaba en la gloriosa Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez, un grupo de futbolistas del colegio, que teníamos entradas liberadas para ingresar al Estadio Nacional, justo un domingo en que se jugaba uno de aquellos famosos “clásicos universitarios”, al bueno de Gabriel lo notamos nervioso, inquieto, como caballo en el punto de largada: le preguntamos qué le sucedía.
- “Estoy que me cago”,- nos contestó
- “Bueno, eso no es nada. Anda allá, al frente... ¿Qué no ves que allí hay una Fuente de Soda?... Malos amigos, no nos preocupamos más de Gabriel. Olvidamos que por esos días había recibido un suculento “yoco” del sur.
De regreso a la popular “Abelardo”, como llamábamos al internado, nos encontramos con nuestro amigo acostado, con sus ropas recién lavadas y puestas a secar.
A partir de ese día fue hombre “nulo” en el quehacer futbolístico de la “Núñez”. Apenas insinuaba un avance con el balón entre los pies cuando alguien le gritaba desde la tribuna el apócope de “cagón” y lo neutralizaba. Jamás pudo sacarse aquel mote. El fútbol chilote, debemos decirlo, perdió a un gran jugador por dicha causa.
(Del Libro "Anecdotario Insular")
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