domingo, 15 de agosto de 2010

Campana
Los Profesores, especialmente los de niños, suelen ser actores involuntarios de las más insólitas y extrañas situaciones, nacidas de su relación con los díscolos niños, ante la necesidad de educar no sólo con la palabra sino, además, con el ejemplo. Recuerdo que mi ex colega Baldramina Vera, una profesora muy activa, cada vez que estaba de turno procuraba mantener a sus alumnos lo más quietos posible, especialmente en las formaciones, al iniciarse las jornadas de clase. En ello era extremadamente cuidadosa. Pero no siempre se puede conseguir lo que se pretende. Es así como un primaveral día de septiembre, después del toque de campana, en vista de que sus esfuerzos aparecían como estériles tratando de calmar la inquietud de los pequeños, tratando de impresionarlos, se paró frente a la formación y con estertórea voz se dirigió al auxiliar, que al otro lado del patio observaba con maliciosa complicidad el desorden de los muchachos:


--“ ¡Cierra la campana y toca la puerta..!.”

Muchos años después, en momentos en que la Maestra “Mina” disfruta de un merecido descanso, acogida oportunamente a jubilación, tenemos la oportunidad de observar al Maestro “Moncho” intentando cumplir en forma laboriosa las mismas tareas que años antes se impusiera doña Baldramina. A él, sin embargo, parece irle mucho mejor en sus esfuerzos... hasta que uno de sus colegas descubre que - tal vez por descuido o porque el dulce sueño lo atacó más de lo acostumbrado esa mañana- calza con zapatos de diferentes colores. A la sonrisa socarrona de sus colegas se suma, casi al instante, el carcajeo general de los alumnos, que sin necesidad de señalárselo, captan con envidiable agudeza la escena. El barullo es infernal y al serio maestro no le queda otra salida que dirigirse cabizbajo y velozmente a su hogar a fin de adecuar su calzado a las exigencias del buen vestir, procurando que en la calle, eso sí, los transeúntes no se percaten del detalle.

... Y a propósito de historias de escuela y alumnos, permítanme retroceder aún más en el tiempo, hasta los días en que oficiaba de Inspector Escolar don Lucio Barría, y, en una de sus tantas visitas a la Escuela “Luis Uribe Díaz”, en aquel tiempo llamada simplemente Escuela Superior de Niños o Escuela No 1, se presenta ante el curso que dirige el maestro, (Maestro con mayúscula), don Enrique Miranda , a quien, después de algunas preguntas de rigor, solicita el Libro de Clases, Registro Escolar también llamado Leccionario, el que descubre con estupor que se encuentra casi vacío de anotaciones en sus páginas. Visiblemente molesto, le otorga un plazo perentorio al maestro para que lo complete.

Agradecido, don Enrique se da de lleno a la tarea. Corría el mes de septiembre y de su ánima se marcharon sin esfuerzo las fiestas patrias próximas y cuanto subterfugio pudiera entorpecer la tarea. Cumplídola que hubo, personalmente entregó aquel libro sacrosanto a su superior jerárquico.

Al día siguiente de la entrega, el Maestro Enrique Miranda recibió un protocolar sobre en cuya parte superior se veía el timbre del Inspector Escolar. Ante la exigencia de sus colegas que deseaban enterarse de lo que allí se había escrito, procedió con todo cuidado a abrir éste y a leer la escueta misiva de su superior. Decía:

-- “Al infrascrito le es muy grato felicitar al profesor señor Enrique Miranda, quien, según el Libro de Clases de su curso, ha laborado no sólo domingos y festivos, sino, además, vacaciones de invierno y de Dieciocho y fiestas de guardar en forma ininterrumpida, situación que esta Inspectoría tendrá presente para las calificaciones pertinentes. El Jefe que suscribe lo insta a hacer lo mismo durante las próximas vacaciones de verano, ya que, por lo que se ve, el señor Enrique Miranda es un profesor excepcional...”
Del Libro "Anecdotario Insular"
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