Vitrola |
Don SANTIAGO GALLARDO fue un conocido abastero y próspero agricultor del Chonchi antiguo, ese Chonchi del cual sólo podía salirse a través de la lancha de pasajeros “Dalmacia”, de don David Gómez, o a caballo, acometiendo por cerros, tremedales y playas pantanosas, puesto que en esos tiempos no existía otro camino que no fuese la playa que lo uniese con Castro, la ciudad más “cercana”. Circulan aún, entre los antiguos habitantes de ese pintoresco pueblo muchas anécdotas de don Santiago, a quien se le sabía “pesado de lengua”, esto es, medio tartamudo, motivo por el cual más se le conocía por “Tatao” que por su apelativo.
Cada vez que salía a recorrer los campos cercanos en busca de animales para su negocio –dice la gente- lo hacía acompañado de su fiel perro y su infaltable botella de aguardiente, “para matar el frío y protegerse de las mojadas”, la que, cual cantimplora de soldado en campaña, se empeñaba en levantar cada vez que le daba sed o se encontraba con amigos o conocidos en el camino. Del mismo modo, cada vez que regresaba a casa, “entonado”, es decir, en estado de gracia etílica, antes de apearse del caballo, solía llamar a grandes voces a su esposa, obligándola a compartir los rituales que su estado le exigía:
-- “¡Manuelaaaa... Manue... laaa... este que... toca... toca el pa… paja... pa...paja...rillo!...
Y la dócil doña Manuela, entonces, se apresuraba a darle cuerda a la vieja vitrola a fin de satisfacer las delicadas exigencias musicales de su esposo, el que sólo se apeaba de la cabalgadura una vez que terminaba de escuchar la popular canzzonetta.
Roberto Andrade, personaje vastamente conocido y amigo íntimo de “Tatao”, al enterarse de la “afición” musical de su amigo, no descansó hasta conseguirse una nueva copia de la pieza, no cantada, eso sí, sino musicalizada solamente por una popular orquesta de esos años, y en una de las tantas visitas que mutuamente se hacían, logró reemplazar aquel antiguo y casi rayado disco de su amigo por el propio.
Es así como en la siguiente salida a terreno de don Santiago, a la hora de su vuelta, cuando -como lo hacía habitualmente- llama desde la cabalgadura a su esposa:
-- “¡Manuela... que... este que... toca... tócame el pajarillo...!, ella sólo atinó a comentar, avergonzada por la falta de voz del ave encerrada en aquel frágil receptáculo de cera y desconocedora de los turbios manejos de don Roberto en su propio hogar, y ante la extrañeza de su atribulado esposo:
--¡Qué tendrá este pajarito que ya no quiere cantar...!
. . .
Dicen los chonchinos que, en otra oportunidad su mismo amigo, Roberto Andrade, a fin de confundir su espíritu, el que casi siempre se encontraba en el aire a causa del aguardiente, concurrió de noche hasta el matadero local en el que se beneficiaría el próximo día una vaca de don Santiago, y de clavela que era en su apariencia externa, con pintura le cubrió las partes claras transformándola en un singularísimo ejemplar rojiverde.
Don Santiago, al ver a su animal con tales colores, supuso que de pena ésta se había enfermado y ordenó que la devuelvan de inmediato a los potreros.
Del Libro "Anecdotario Insular"
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