sábado, 9 de abril de 2011

EL DOCTOR RIFFART
La medicina de las primeras décadas del siglo poseía en Castro un profesional de excepción, entregado por entero al ejercicio de su apostolado, las veinticuatro horas del día si así fuese necesario.
            Después de cumplir su trabajo como médico internista y jefe del hospital, recorría a sus pacientes particulares o visitaba a aquellos que vivían lejos del pueblo, en los pequeños villorrios vecinos, llegando hasta los más remotos rincones de los campos o de las islas del archipiélago, a caballo o en lancha o en simples botes a vela o remo.
            Su elevada estatura, sus gruesos anteojos y su inconfundible andar; su afabilidad y su entrega absoluta a su apostolado calaron hondo en la comunidad local.
            Digamos también aquí, que el hospital de la época estaba atendido por una congregación de religiosas (monjas) que lo mantenían en excelente estado, donde el aseo, el orden, el ornato y los jardines ocupaban un lugar de prioridad.
Del Libro "Cronogramas de Castro en el Siglo XX"
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