sábado, 29 de enero de 2011


Les desafío a galopar...
Hasta bien pasada la década del treinta, Castro no era sino un humilde pueblo de provincia, que no superaba los 2000 habitantes, uno más de los muchos que languidecían en esta angosta faja de tierra llamada Chile. La población se concentraba en torno a la iglesia, la que –por supuesto- ocupaba la mejor manzana desde tiempos inmemoriales, y en un par de cuadras alrededor de ella y en dirección al puerto, lugar en que se concentraba el “comercio” y donde solía transcurrir la mayor parte de la “vida social” del isleño.
Como se recordará, no se conocían en esa época aún los vehículos motorizados salvo los buques de algunas empresas de cabotaje y los motores a vapor de algunos industriales adelantados que, en los modernos locomóviles de marca Lincoln u otros, comenzaban a talar en forma metódica nuestros milenarios bosques.
Sin embargo, existía una activa “vida social”, expresada en paseos campestres, bailes y quermeses, fiestas familiares con ocasión de santos o cumpleaños, las muchas “fiestas de guardar” introducidas por la iglesia en su “cristianización” de esta parte del mundo, además de las típicas del 21 de mayo y del 18 de septiembre. Se acostumbraba, también, “agasajar” o celebrar a cada nuevo miembro que se incorporaba a la pequeña sociedad, sobre todo, tratándose de funcionarios públicos que llegaban destinados a servir entre nosotros.
Es lo que ocurrió a mediados de aquella década, cuando llega a “servir” a nuestra pequeña ciudad un flamante Juez de Letras, joven aún, de elegante figura y esbelta presencia. Al decir de la “nana” de mi casa, un hombre "de mucha etiqueta”, es decir, de elegante vestir y buenos modales. Las interesadas en “atraer” a tan importante personaje no se hicieron esperar. Entre ellas, recuerdo, a una muchacha hermosísima que solía adornar todos nuestros paseos y fiestas, aunque muy poco agradara a los hombres locales, por sus aires de superioridad y siutiquería permanentes, ya que -en ninguno de nosotros- encontraba al “hombre ideal”, alguien con el cual ella pudiera, al menos, igualarse.
Cuando conoció a nuestro flamante magistrado fue otra cosa. Inmediatamente hizo notar que “ese ejemplar” estaba destinado a ella. Lo malo fue, al parecer, que el citado “ejemplar” no estaba interesado en ella. Por más aspavientos que hacía en aquella ocasión del paseo a caballo donde los Raipillán, al que invitamos al nuevo integrante de la comunidad, éste no le dio “bola”. Aún más, cada vez que ella intentaba hacer un “aparte” con él, éste, con cualquier excusa integraba al grupo a los otros integrantes del paseo o derechamente se apartaba, esquivando su presencia.
Fueron múltiples y variadas las estratagemas usadas por nuestra “vampiresa”. El resultado, todas las veces, negativo. Al fin, no sabiendo que más inventar, un par de cuadras antes de llegar al sitio previsto, desafió a todos a galopar, con tan mala suerte que, por esquivar un obstáculo, su cabalgadura hizo una brusca maniobra hacia el costado, arrojándola de cabeza hacia el suelo, donde quedó un par de segundos, maltrecha y con las “ancas” apuntando hacia la comitiva.
Como la mujer, en todo caso, poseía una fuerte personalidad y no se arredraba fácilmente, reaccionó con viveza y, levantándose de un salto, se dirigió al Juez que iniciaba su apearse para socorrerla:
- “¿Qué le parece?, le dijo. ¿Vio usted mi agilidad?...
- “Señorita, contestó éste, en tono pausado: - “Eso que yo vi, en mi tierra, lo llaman “culo”.
Por cierto, la carcajada fue general. No hubo hombre del grupo que aquella tarde no desease brindar con tal magistrado, que de ese modo lavaba las afrentas sufridas por los muchos varones que –alguna vez- se habían atrevido a mirar a aquella hermosa, despreciativa y “siútica” jovenzuela.
Del Libro "Anecdotario Insular"
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1 comentario:

  1. Raipillán, y otros parajes de los alrededores de Castro que eran motivo de paseos y celebraciones, quedaron grabados en el papel de las fotgrafías captadas por Don Gilberto Provoste, aquel fotògrafo que viviò en Castro entre 1930 y 1960 y cuya colecciòn conserva Ricardo Mendoza Rademacher, el Director del Museo de Niebla. Sospecho que en una de aquellas fotos podrìa estar la "agiliidad"( que en la tierra del flamante juez llaman "culo") de aquella señorita siútica que desdeñaba a los galanes chilotes de aquel tiempo...Puede ser.
    Anonymus.

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