sábado, 12 de febrero de 2011

 
Qué "maestría"...

   Gracias a Dios y a las autoridades educacionales de la época, se crearon las Escuelas Normales de Preceptores. De no haber sido así, es posible que los “nombramientos” y el personal escogido se hubiese seguido haciendo del mismo modo en que lo hacía don Leocadio, allá por 1940.
   Cuentan las malas lenguas que este hombre, que poseía el vistoso título de “VISITADOR ESCOLAR”, era quien proveía las vacantes que la aparición de la escuela en el Chiloé rural generaba. Por cierto, como casi nunca se presentaban interesados en ocupar tales cupos, pues la paga siempre fue el talón de Aquiles del profesorado chileno, y menos aún, interesados con los “títulos” suficientes para optar a tales cargos, estos solían ser cubiertos por las muchachas buenas mozas del lugar, a las que don Leocadio seleccionaba e “instruía” personalmente.
   Tal fue el caso de la niña “Cheún”, por ejemplo, contratada para reemplazar a una profesora que había emigrado hacia el norte, en busca de su “salud”. Puesta frente al mapa que cubría todo el ancho pizarrón, el señor Visitador le ofrece el puntero y le solicita, con atentos modales, que le muestre el punto en que se halla la isla de Chiloé. Ella accede, toda temblorosa y cohibida. No había visto nunca un mapa y no sabía ni cuál era el norte o el sur. Titubea, avergonzada.
   - “No te preocupes”, le dice don Leocadio, con ternura. “Yo te voy a ayudar. A ver, préstame tu mano”..., cogiendo hábilmente la mano de la muchacha, con el puntero aún entre los dedos y llevándola diestramente por los diferentes accidentes de nuestra geografía.
   - “¿Ves?..., ésta es la Línea de la Concordia; éste, el desierto de Atacama; éste, el río Loa; ésta, la cordillera de Los Andes; aquel, el volcán Puntiagudo”... - y así, hasta hacer que la muchacha, toda temblorosa, sin darse cuenta, comience a recorrer su propia “geografía” al tiempo que él recorre, ávido, la de ella, sin llegar aún al punto en que se hunde el continente y surge, húmeda y gloriosa, la isla de Chiloé, con sus sargazos y su música en sordina...
   - “Estás cansada”, le pregunta de pronto, con su paternal ternura, el bueno de Don Leocadio.
   - “No, señor, responde ella, agitada, temiendo que se suspenda el “examen” y pierda la posibilidad de titularse de “maestra”. – “No, señor... continuemos, por favor, a ver si ahora encontramos Chiloé”...
   La “Niña Cheún”, durante muchos años, ejerció con habilidad y sapiencia su “maestría”. Y no sólo ella, por supuesto, sino todas aquellas que dependieron de este brillante Visitador para ser nominadas para el cargo.
Del Libro "Anecdotario Insular"
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